HUKA-YAMI



Cuento de ciencia-ficción Premiado por el Gobierno y la Universidad de Guanajuato

Alejarse por algún tiempo de su actividad como investigador del Instituto de Estudios Biomédicos, le provocaba al Dr. Nagachi Takama una inexplicable reacción de insensatez personal hacia su lealtad a la ciencia. Durante doce años de empecinado trabajo había siempre encontrado las circunstancias experimentales adecuadas que le habían permitido aplazar para mejor ocasión sus temporadas de descanso. Todo aquél que conoció a tan particular y solitario hombre, debió quedar sorprendido ante la noticia de su inusitado viaje a la isla Funchai.

Viajó en tren hasta el puerto Sakú donde pasó la noche. Al día siguiente un coche lo llevó al muelle frente al embarcadero, donde ya lo esperaba Fumico Soseki, el barquero a quién el Dr. Nagachi conociera en sus incipientes años de investigador. Cuando llegaron a la isla Funchai el Dr. Nagachi se dirigió a casa de la viuda Tané -amiga entrañable de su familia- quién vivía sola. Esa noche se celebraban las ceremonias a Niké-Nekó. Enorme gato hecho de papel, el que según la tradición era el simbólico protector de los naufragios. Fumico al ver llegar al Dr. Nagachi a la fiesta, lo recibió ceremoniosamente y lo acomodó en el lugar de honor de su barcaza.

Fumico estuvo particularmente alegre y conversador. Como todo hombre de mar, solía contar aventuras fabulosas a la cual más extraordinarias. De cuando en cuando tomaba unos sorbos de su tasa de sake. El Dr. Nagachi no acostumbraba tomar, así que su taza permaneció todo el tiempo llena. Fumico en cambio la vació varias veces sin dejar de narrar sus aventuras. De pronto, con un gesto decidido, se acercó al Dr. Nagachi y le dijo cerca del oído, muy quedo: Todos los monstruos marinos de que he hablado son pequeños en comparación a los de la isla Huka-Yami. El hombre que pisa la isla muere. Nunca, nunca vayas a Huka-Yami. Ahí te espera la muerte.

Era ya media noche cuando la gente comenzó a retirarse. El Dr. Nagachi se despidió agradeciendo infinitamente las atenciones de la familia Soseki. La claridad nocturna iluminaba sus ojos rasgados y su tez pálida, donde aún se dibujaba el asombro del relato de Fumico. A la mañana siguiente, muy temprano, encaminó sus pasos a casa de la familia Soseki. Fumico se encontraba arreglando la empalizada del jardín. -Hermosa mañana Dr.- dijo Fumico -pase, ya lo esperaba. Se sentaron en la terraza. El viento traía hasta ellos la brisa del mar. El Dr. Nagachi escudriñaba el horizonte tratando de adivinar la existencia de la isla Huka-Yami. Fumico rompió el silencio, como si de alguna extraña manera hubiera adivinado los pensamientos del doctor.

-Allá se encuentra Huka-Yami. La isla que olvidaron los dioses y los hombres. Todo lo recuerdo muy bien- continuó Fumico -Fue en el mes de agosto. A los pocos días de la bomba nuestra isla se había convertido en campo de refugio. La gente huía del desastre en todas partes. Nadie ha podido explicarse, el porqué en Huka-Yami se sintieron los efectos de una bomba invisible. Nadie escuchó nunca detonación alguna. Se perdieron las cosechas y los animales, la gente enfermó gravemente. Al principio se mostraban sin fuerzas ni ánimo para nada. Se pasaban todo el tiempo sentados en la playa con la vista al mar. Hasta que morían quedando sus cuerpos quemados y secos como pedazos de cartón.

Fumico hizo una pausa y continuó el relato. -Hace tres años organizamos una expedición para ir a Huka-Yami. Éramos seis hombres en una embarcación. Cuando nos acercamos a la isla, parecía como si hubiésemos llegado a un lugar equivocado. aquella vegetación exuberante que siempre anunciaba la proximidad de Huka-yami, se había transformado en una gran mancha gris. Un aire cálido agitaba los faroles del mástil. Cada vez se hacía más fuerte y más cálido. Corría por nuestro cuerpo, haciendo un sonido cortante que terminaba en silbido agudo y comenzaba nuevamente como si viniera del centro de la tierra. Todos luchábamos para escapar de esa pesadilla. Nos faltaban las fuerzas para retroceder. Con gran esfuerzo controlé el timón y poco a poco nos fuimos alejando con los ojos clavados en la isla hasta que la perdimos de vista.

Durante la noche el Dr. Nagachi no pudo más que pensar en Huka-Yami, ya que después de una acalorada discusión con Fumico, había logrado convencerlo para hacer el viaje. Saldrían en un par de días ellos dos, acompañados tan sólo de Hanaoka y Mizoguchi. El mar estaba tranquilo. La figura de Niké-Nekó guiaba al frente la embarcación. Fumico paró el motor para acercarse lentamente. Al momento se sintió un gran silencio que los hizo escuchar el silbar del viento. El Dr. Nagachi fue el primero en bajar de la barcaza, vio a sus compañeros poco decididos a acompañarle, así que retomó el paso. Apenas se había alejado unos metros cuando Fumico descendió de la barcaza haciendo lo mismo Hanaoka y Mizoguchi, quienes bajaron cargando el material que el Dr. Nagachi había seleccionado para la exploración.

El Dr. Nagachi se encontraba sorprendido ante aquel desolado paisaje. A lo largo del trayecto se dedicó a recolectar muestras del suelo y de los escasos arbustos de extrañas formaciones foliares. Ejemplares que parecían ser los únicos representantes de la vida en la isla. El cálido viento empezó a soplar con más fuerza. Parecía que viniera de todas direcciones y penetrara con furia en una cueva. El Dr. Nagachi sintió deseos de entrar. Se sintió arrastrado hacia ella por un impulso ajeno a su voluntad. Empezó a caminar lentamente hacia la cueva, mientras un ruido ensordecedor mantenía paralizados a sus compañeros. Mizoguchi logró movilizarse. Jaló al Dr. Nagachi quién se resistía a retroceder. Entre todos lograron alejarlo del fantasma invisible. Los cuatro hombres emprendieron el regreso.

Inesperadamente una densa nube se lanzó contra ellos. Eran insectos, cientos de insectos que los atacaban. Inútilmente trataban de espantarlos. Hasta que desaparecieron con la misma velocidad con la que habían llegado. En la desesperación por evitar el ataque, Mizoguchi había tropezado y caído al suelo. No se dio cuenta que de las rocas había salido un enorme escorpión hasta que sintió un agudo dolor en la pierna. Al escuchar sus gritos, el doctor, Hanaoka y Fumico regresaron hacia él. ¡Un escorpión ha picado a Mizoguchi! -gritó Fumico. El Dr. Nagachi procedió de inmediato a atenderlo haciéndole sangrar la herida. Una inconsciente reacción de investigador le hizo dejar gotear la sangre en un frasco y ordenar que atraparan al escorpión. -Debemos alejarnos de aquí inmediatamente- dijo el doctor al ver alarmado la inflamada pierna de Mizoguchi. Entre él y Hanaoka lo levantaron. Fumico se adelantó llevando el material que el Dr. Nagachi había recolectado. En unos instantes estuvieron listos para partir. Fumico hechó a andar la máquina, y al ver alejarse a la isla Huka-Yami, sintió que su corazón retomaba el latir normal.

Todos habrían de temer más desde ese día, a la serpiente roja que habita en el pantano, cerca de la costa norte, donde el Dr. Nagachi, Fumico y Hanaoka dijeron había ocurrido el accidente en el que perdiera la vida Mizoguchi. Un mes después, el Dr. Nagachi recibió del Instituto de Estudios Biomédicos el material que había solicitado. El Dr. Hachiya le incluía una carta en la que le expresaba lo bien que le parecía que prolongara sus vacaciones. Mas su sorpresa por la petición del microscopio y el específico material de laboratorio. Concluía el Dr. Hachiya su carta, expresándole al Dr. Nagachi la esperanza porque éste le confiara el honor de conocer su nuevo proyecto de investigación que, a no dudar, había emprendido.

El Dr. Nagachi encontrándose en su improvisado laboratorio, al sacar el frasco donde estaba aún vivo el escorpión recordó con tristeza la muerte de Misoguchi. Estaba sumido en sus pensamientos cuando escuchó la voz de la pequeña Murasaki que había entrado al laboratorio. Era una niña vivaz, hija de los vecinos de la señora Tané. Desde que el Dr. Había comenzado a instalar su laboratorio, la niña solía visitarlo atraída por el microscopio y todo aquel mundo de reluciente cristalería de tubos y matraces. Momentáneamente se olvidó el Dr. Nagachi de la niña y se puso a vaciar en un tubo de ensayo el suero que había separado de la sangre de Mizoguchi. Se dio cuenta que mostraba un aspecto denso y refringente. Lo estaba observando con gran cuidado cuando de pronto se escuchó un grito lastimero de la pequeña Murasaki. La niña había destapado el frasco donde se encontraba el escorpión, el cual de inmediato insertó en el brazo de Murasaki su potente aguijón introduciéndole el líquido de sus glándulas venenosas.

El Dr. Nagachi rápidamente tomó en sus brazos a Murasaki y la sacó del laboratorio. En tanto, la señora Tané atraída por el grito de la pequeña había acudido hasta ahí. Enterada en rápidas palabras por el doctor de lo que había ocurrido, no vaciló en convertir al siniestro animal en una masa amorfa. La pequeña Murasaki había dejado de llorar, sólo a ratos se quejaba. El doctor le había limpiado la herida, aunque en el fondo sabía que todo era inútil y que nada habría de salvarla. Cuando amaneció, la niña ya no tenía temperatura. Su brazo aún estaba adolorido, inflamado y enrojecido, pero nada indicaba que se fuera a morir. Después de hacerle una curación, Murasaki se fue a su casa con sus padres. Por un momento el Dr. Nagachi llegó a suponer que la muerte de Mizoguchi no la había podido causar la picadura del escorpión ya que no se explicaba que la niña no hubiera sucumbido al supuesto veneno mortal.

Pero, ¿qué había causado la muerte a Mizoguchi? Tomó el tubo de ensayo donde se encontraba el suero, lo vio durante largo rato, su aspecto refringente le inquietaba. Vertió una gota en un portaobjetos y la observó al microscopio. Al principio aparecieron como pequeños puntos luminosos que se encontraban repartidos en toda la gota. ¿Qué es esto? -Se preguntaba el Dr. Nagachi. Dio el máximo aumento al microscopio y observó maravillado perfectas estructuras poliédricas compuestas de numerosas facetas brillantes. -¡Estos cuerpos son enormes! ¡Deben ser del tamaño de una gran bacteria! -murmuró el Dr. Nagachi. Hizo varias preparaciones y en todas encontró las mismas estructuras poliédricas. Realizó algunos dibujos y detalló al máximo sus observaciones, las que concluyó: -Creo que he encontrado el origen de la muerte de Mizoguchi.

Al día siguiente salió de compras. Regresó con cuatro conejos y una bolsa de galletas. Cuando la señora Tané lo vio llegar se alegró mucho, sabía que a él le agradaba el guiso de conejo, pero el Dr. Nagachi sólo le entregó las galletas y entró al laboratorio con los animales a los que les acondicionó jaulas separadas. A cada conejo le marcó un número distinto en la oreja. Al conejo número 1, le inyectó una pequeña dosis del suero de Mizoguchi, al número 2 le inyectó el doble de la dosis del mismo suero y al número 3 le inyectó suero normal. Si su tesis era cierta pronto morirían los conejos 1 y 2. Se sentó tranquilo a esperar, pero después de dos horas los conejos no mostraban signos alarmantes. Llegó la noche y los conejos seguían vivos. -¡Esto es imposible!- repetía una y otra vez moviendo la cabeza y caminando de un lado a otro del laboratorio.

Se pasó gran parte de la noche esperando que murieran los conejos, hasta que se quedó profundamente dormido recargado en la mesa de trabajo. A media mañana despertó sobresaltado. Levantó la vista hacia la jaula de los conejos que seguían vivos. Tomó al conejo número 2, le hizo una incisión en la oreja de donde recogió 5 mililitros de sangre. Después de separar el suero, observó varias preparaciones al microscopio. -¡Ahí están!- dijo, ¡las figuras poliédricas circulan por el torrente sanguíneo del conejo y no le ocurre nada! El Dr. Nagachi necesitaba poner las cosas en orden. Así que decidió analizar todas las muestras traídas de Huka-Yami. Durante varios días analizó todo el material. Llegó a preparar 175 extractos en diferentes medios acuosos, pero no encontró nada importante. Sólo le quedaba una pequeña cantidad del suero de Mizoguchi y un escorpión despatarrado nadando en solución alcohólica, además de los conejos a los que tenía que alimentar diariamente.

Después de varios días sin salir a la calle, la señora Tané se encontraba muy preocupada por la necedad del doctor de permanecer encerrado en el laboratorio. Y para sorpresa suya, ese día el Dr. Nagachi la invitó a dar un paseo. Fueron a casa de Murasaki donde pasaron un rato muy agradable. Al despedirse el Dr. Nagachi les dijo a los padres de la pequeña que era necesario hacerle un estudio. Una biometría de rutina que se acostumbraba hacer en esos casos. Cuando estuvo preparado el suero de Murasaki, se dispuso a observarlo al microscopio. De momento le pareció ver algo, enfocó dando el máximo aumento. -Aquí hay algo- decía excitado el Dr. Nagachi. Una figura poco definida era apenas perceptible. Había gran número de ellas en todo el campo visual.

Preparó diversos colorantes, probó con todos ellos, pero no logró teñir el extraño corpúsculo. Probó incluso con un extracto hecho de pigmento de granos de polen, hasta que por fin descubrió la interesante simetría del corpúsculo empleando el colorante que él llamó 3-EV. Una esfera anaranjada de la que salían numerosos filamentos se encontraba en gran número en el suero de la niña. El Dr. Nagachi permanecía estupefacto ante los inexplicables acontecimientos. Leía y releía sus anotaciones. Veía una y mil veces el dibujo que había hecho de las figuras poliédricas y sus nuevos bosquejos de la esfera filamentosa. -¿Qué está ocurriendo aquí?- se preguntaba. No tenía una respuesta razonable con que sustentar sus descubrimientos. Era necesario comenzar nuevamente por el principio.

Hacía tiempo que no veía a Fumico. Encontrándose perplejo ante las insólitas circunstancias acaecidas en su laboratorio, pensó que la compañía del barquero le haría despejar un poco la maraña de sus pensamientos. Fumico desde el viaje a Huka-Yami no había vuelto a navegar. Lo encontró descansando en la terraza. Caminaron un rato por la playa, siguieron bordeando la aldea hasta llegar a la casa del Dr. Nagachi. El laboratorio olía a corral, las charolas de las jaulas estaban llenas de excrementos y orines. El doctor no permitía que la señora Tané las limpiara y él, en los últimos días se había pasado la mayor parte del tiempo observando las preparaciones microscópicas.

Entre Fumico y el Dr. Nagachi limpiaron el laboratorio. Toda la cristalería quedó reluciente y en orden como el primer día. Ya se despedía Fumico cuando el Dr. Nagachi le dijo que le permitiera tomarle una muestra de sangre. Necesitaba un poco de suero para el control de un experimento que estaba por iniciar. Se le ocurrió revisar nuevamente todo el material traído de Huka-Yami, pero ahora emplearía el suero de Fumico como medio acuoso. Llevó los portaobjetos ya preparados a la estufa y los dejó ahí durante una hora. Llegado el momento se dispuso a observar las preparaciones en el microscopio. Tomó primeramente el control donde había solamente suero de Fumico. -¡Qué estupidez!- he empleado el suero de Mizoguchi. -Gritó, al ver la relucientes figuras poliédricas repartidas en toda la gota. -¡Qué estupidez!- continuaba gritando, al mismo tiempo que se pasaba las manos por el lacio cabello negro. Recargó sus codos sobre la mesa, dejando caer su barbilla entre sus manos. -Calma Nagachi- se repetía mentalmente- mientras su corazón empezaba a acelerarse. -¡No he podido equivocarme!- Tomó nuevamente el suero de Fumico, leyó varias veces la etiqueta con la fecha de la muestra y el nombre de Fumico. Hizo otra preparación y la colocó en el microscópio. Era inevitable, ahí estaban relucientes y retadoras las figuras poliédricas.

Con repentina desesperación tomó una jeringa y se extrajo sangre de su brazo izquierdo. Etiquetó muy bien el tubo de ensayo. Mientras separaba el suero revisó cuidadosamente sus apuntes. Limpió la jaula de los conejos y comió un poco de verduras que tenía para ellos. Cuando observó el suero marcado con el nombre de Nagachi, sabía bien lo que encontraría. Por supuesto, ahí estaban, relucientes los corpúsculos con perfectas facetas inconfundibles. En el momento que las observaba, un tenso frío recorrió todo su cuerpo. Una extraña estructura -pensó- invade tranquilamente mi organismo y mi cuerpo la acepta como propia, como si nada, sin ocurrir ni la más elemental respuesta inmunológica. Por la tarde salió en busca de Hanaoka, el más joven de los que habían ido con él a Huka-Yami. Lo encontró en su casa, acababa de regresar de pesca. El muchacho muy alegre mostraba aspecto saludable. El Dr. Nagachi le pidió tomarle una muestra de sangre. Hanaoka aceptó gustoso.

Ya en el laboratorio analizó el suero al microscopio. -¡Si, aquí están! -exclamó el Dr. Nagachi, quién ya estaba íntimamente familiarizado con las perfectas figuras poliédricas. Sin embargo, todo eran piezas sueltas de un rompecabezas sin sentido. Vio nuevamente al microscopio el suero de la pequeña Murasaki, lo preparó con el colorante 3-EV. Eran realmente interesantes esas esferas filamentosas de intenso color anaranjado. Tomó un poco del suero de Mizoguchi, lo observó largo rato. Tenía junto a él el gotero con el colorante 3-EV y pensó que quizás si lo empleara en la preparación del suero de Mizoguchi destacaría aún más la estructura poliédrica. Así lo hizo y al ver al microscopio, sus ojos no podían dar crédito a tan maravillosa imagen. Empezó a dar saltos de gusto. Reía como un niño, hasta que los ojos se le llenaron de lágrimas. -La figura poliédrica- decía -tiene adentro a la esfera filamentosa. ¡Está adentro la figura filamentosa!

La señora Tané escuchó los gritos, se acercó alarmada a la puerta del laboratorio. -Doctor, ¿qué le ocurre? Se está volviendo loco encerrado en ese laboratorio. Calla mujer, que estoy ocupado. -Le gritó el doctor sin abrir la puerta. Inmediatamente se dispuso a teñir preparaciones del suero de Fumico, Hanaoka y su propio suero. Primero tomó una preparación de su suero, quería admirar el bello espectáculo de los corpúsculos que se habían apoderado de su cuerpo. Las manos le temblaban cuando colocó la preparación al microscopio. Recorría cuidadosamente la imagen iluminada del campo microscópico, al mismo tiempo que un gesto de desencanto ensombrecía su rostro. -¡Qué extraño!- dijo incrédulo -¿es que ya no sirve este colorante? Nada espectacular había ocurrido. Tan sólo se encontraban las figuras poliédricas como él las había visto en un principio.

Lo mismo ocurrió con el suero de Fumico y Hanaoka. Sólo el suero de Mizoguchi tenía en el interior de la estructura poliédrica a la esfera filamentosa. Todo empezaba a aclararse con este último descubrimiento. Las ideas adquirían sentido lógico para el investigador. Tomó nuevamente su libro de notas. Recordó hasta el último detalle de lo ocurrido en la isla de Huka-Yami. Repasó cuidadosamente todos sus descubrimientos. E inició de inmediato un nuevo experimento. Ya estaba todo listo: Al conejo 1A, le inoculó una dosis del suero de la pequeña Murasaki. Al conejo 2A, una dosis del suero de Hanaoka. Al conejo 3A le inoculó primero una dosis del suero de la niña y otra dosis igual del suero de Hanaoka. Tomó un cuarto conejo 4A al que inoculó de los mismos sueros que al conejo 3A, pero invirtiendo el orden de inoculación.

Se sentó frente a la jaula de los animales a los que veía atentamente mientras devoraba nervioso una hoja de lechuga. Después de unos minutos el conejo 3A comenzó a convulsionar y casi al mismo tiempo el conejo 4A era presa de violentos espasmos. Pocos minutos más tarde ambos conejos presentaban obstrucción respiratoria, hasta que sus cuerpos se desplomaron sin vida. No había duda ya para el doctor, Fumico, Hanaoka y él, sólo habían sido atacados por los insectos, la pequeña Murasaki en cambio, sólo por el escorpión. Entonces... ¡Los insectos tenían que ser los portadores de la estructura poliédrica y el escorpión era quién transmitía la esfera filamentosa! ¡Por eso había muerto Mizoguchi! ¡Solo él fue atacado tanto por el artrópodo como por los insectos!...

El Dr. Nagachi comprendió que una nueva forma de vida había surgido en Huka-Yami. Las radiaciones atómicas y las circunstancias particulares de la isla debieron generarla. Dos nuevos, extraños corpúsculos, se adaptaban perfectamente en los organismos vivos y éstos se convertían en portadores sanos, si es que albergaban a una u otra estructura. Estructuras que al integrarse ambas dentro de un ser vivo, se ensamblaban convirtiéndose en una unidad mortal. Esa misma noche el doctor se entrevistó con Fumico. Sin más rodeos le pidió que lo llevara cuanto antes a Huka-Yami. Discutieron largamente. Fumico se negó, le hizo ver el peligro que representaba para ambos volver a la isla. Finalmente el Dr. Nagachi le pidió que le prestara la barcaza. ¡Él acudiría sólo! Fumico lo vio tan decidido que al fin aceptó acompañarlo, pero le advirtió que él no pisaría la isla ni un sólo instante.

Bien, mi buen amigo. Así lo haremos. No te haré esperar mucho. Sé perfectamente bien por lo que voy a Huka-Yami. Partieron al amanecer. El viaje fue lento y silencioso. Al llegar a la isla un terrible presentimiento embargó a Fumico. El Dr. Nagachi reconoció de inmediato el lugar. ¡Era la cueva! La misma cueva que él había encontrado con Fumico, Hanaoka y Mizoguchi. Un impulso irrefrenable lo hizo introducirse en la boca siniestra. El doctor abrazaba fuertemente la caja en que llevaba unos cuantos frascos y su atesorada libreta de notas. Avanzó penosamente hacia el ígneo interior, hasta quedar atrapado por aquel túnel crematorio. Ahí murió, quedando su cuerpo horriblemente calcinado.

Era ya de noche cuando Fumico regresaba a Funchai. El cielo tapizado de estrellas centelleantes se reflejaba en el mar. Al frente de la embarcación sonreían sugerentes y extraños los ojos luminosos de Niké-Nekó.

 

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