Era un día caluroso, sólo se
veía un árbol en la lejanía, yo lo veía desde aquí, el árbol no tenía hojas,
sus ramas en formas caprichosas estaban quietas y silenciosas.
Yo no sentía miedo ni pena,
sólo lo miraba como quien se ve en el espejo a través del tiempo, ¡con asombro!
Yo también estaba quieta, me
sentía muy pequeña, muy lejana, no hablaba, ni siquiera pensaba.
Yo era parte de aquel día
caluroso, de aquella lejanía, de aquel árbol sin hojas, de aquella quietud
silenciosa.
Todo eso era yo, porque yo ya
estaba muerta.
Texto original publicado en “El
Cuento” Revista de Imaginación
de Edmundo Valadés.
No.
47, Julio-Agosto 1971
Tomo VII – Año VIII
Pág. 207
Tomo VII – Año VIII
Pág. 207
Fuente:
El Cuento Revista de Imaginación
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